Estigmas del Inframundo

Estigmas del Inframundo

Por: Diego Frausto Gete

Capítulo 1: Crimen oscuro.

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La noche envolvía a la Ciudad de México en un manto de tinieblas. En el sur de la Ciudad, se encontraba una zona de edificios abandonados que apenas eran perturbados por el tenue resplandor lunar. Era media noche y el silencio sepulcral reinaba, solo los rayos espectrales de la luna se colaban por las grietas de los muros derruidos. En estos lugares olvidados, en el edificio central, se percibía un hedor nauseabundo, mezcla de humedad y putrefacción, que impregnaba cada rincón de aquel lugar maldito.

El timbre del teléfono rompió con la calma de la oficina del capitán Sánchez. El hombre de edad avanzada, con complexión robusta y una mirada tan penetrante que imponía respeto, se encontraba sentado en su escritorio cuando sonó. Descolgó el auricular con un movimiento brusco al verse molestando por el ruido, aunque su expresión se tensó al escuchar la voz distorsionada que provenía del otro lado de la línea.

- Hay una peste… un olor nauseabundo… en los edificios de la calle Revolución – pronuncio una voz anónima entrecortada por la intermitencia en la señal. – Quizá haya un muerto – decía con un tono que oscilaba entre terror y urgencia.

- ¿Quién habla? Identifíquese - le ordeno Sánchez, imponiéndose ante la misteriosa advertencia.

Pero solo el silencio respondió. La línea se había cortado, dejando al capitán con una sensación de inquietud que le revolvía las entrañas. Colgó el auricular con un gesto brusco, consciente de que aquella llamada anónima presagiaba problemas.

Sin perder tiempo, Sánchez convocó a Arturo Reyes a su despacho. El detective entró con paso cansado pero decidido. Su complexión era fuerte, como alguien que se ejercita diariamente, su rostro afilado contrastaba con las arrugas prematuras que surcaban su piel por tantos desvelos y el estrés del trabajo. Sus ojos agudos y penetrantes dejaban ver su inteligencia y su vasta experiencia en la fuerza.

Sánchez fue directo al grano, entregándole un informe escueto. - Acaban de reportar un olor nauseabundo proveniente de un edificio abandonado en la calle Revolución. Podría no ser nada, pero la llamada fue inquietante. Necesito que investigues de inmediato. -

Reyes escudriñó el informe con rapidez, asimilando cada detalle. - ¿Alguna pista sobre el informante? -  inquirió.

- Anónimo. - respondió Sánchez, encogiéndose de hombros con gesto cansino.

El detective asintió lentamente. Sabía que no debía desestimar ningún aviso, por insignificante que pudiera parecer a simple vista, ya que el ser humano era capaz de hacer las cosas más atroces por tan poca cosa. El mensaje anónimo del hedor putrefacto podría ser la pista de un homicidio atroz o simplemente el cadáver de una persona olvidada. - Entendido. Reuniré un equipo de inmediato. - sentenció con voz grave.

Se volvió hacia los oficiales Ramírez y González, que acababan de terminar su ronda nocturna. Ramírez, delgado y anguloso, poseía una mirada astuta que contrastaba con el aire inquieto de González, más robusto y corpulento. - Ustedes dos, vendrán conmigo. Necesitaremos refuerzos para registrar ese edificio a fondo. -

Los policías tomaron sus armas reglamentarias y las ajustaron a los cinturones. Ramírez intento disimular un ligero temblor en sus manos. No era entusiasta de salir en las noches a investigar. - ¿Qué tan malo puede ser, jefe? - preguntó, su voz traicionaba su nerviosismo.

- Aún no lo sé - respondió Reyes con aparente indiferencia. - Pero con los olores que reportan, más vale no subestimar la situación. -

González tragó saliva y asintió con lentitud. Era un veterano de la fuerza y consideraba haber visto lo peor de lo peor, sin embargo, presentía que algo esa noche sería distinto, un sentimiento de incomodidad lo inundaba, como si algo siniestro se avecinara. Era una de esas noches en las que se siente que la misma puede engullirte y todo puede salir mal.

El detective y los policías se dirigieron hacia los edificios abandonados. Avanzaban con pasos cautelosos buscando el hedor fétido que habían denunciado. El frío de la noche los envolvía mientras buscaban el rastro, hasta que llegaron al edificio central. El viento se colaba entre la niebla que rondaba el edificio dejando percibir el intenso olor.

Reyes fue el primero en cruzar la puerta principal. Al dar el primer paso, sintió un escalofrió que le recorrió toda la espalda. El piso de madera podrida crujía bajos sus pies, rompiendo el silencio con su chillar. La oscuridad era prácticamente absoluta, apenas rasgada por los rayos de luz de las linternas que sostenían los policías en sus temblorosas manos.

- Mantengan sus ojos bien abiertos – murmuro Reyes siendo el susurro apenas audible.

Caminaban cautelosamente por el edificio abandonado, sus fosas nasales cargadas del intenso olor a muerte. Esquivaban escombros y telarañas que colgaban como cortinas espectrales movidas por el viento. Al acercarse a las entrañas centrales del edificio, los rastros de actividades inusuales se hacían más evidentes. En los pasillos, emblemas y signos extraños pintados con una sustancia oscura y viscosa manchaban las paredes descascarilladas. El suelo yacía cubierto de velas consumidas y manchas de un tono carmesí que brillaba sutilmente bajo la luz de las linternas, sangre.

Los policías continuaron su descenso camino al sótano, iluminando hasta los rincones más recónditos del lugar. De pronto, el tenso silencio se rompió cuando González, con el rostro totalmente pálido, dejo escapar un grito de susto.

- ¡Por la Santa Virgen! – exclamo con voz quebrada por el horror que sus ojos acababan de presenciar.

La luz de las linternas revelo una escena que paralizo a Reyes y a Ramírez.  En el rincón yacía el cuerpo brutalmente mutilado de una joven mujer, el testigo silencioso de una crueldad inimaginable. El impacto fue inmediato, Arturo sintió que la sangre se le helaba en las venas, mientras Ramírez palidecía hasta quedar casi transparente.

- Esto... esto no puede ser real - balbuceó Ramírez, su voz apenas un susurro quebrado por el horror y la incredulidad.

González retrocedió instintivamente, lucho contra las náuseas que le provoco el espectáculo macabro que acababa de presenciar. Un charco de sangre rodeaba el cadáver, las profundas laceraciones en la piel de la víctima hablaban de un sadismo difícil de comprender. Incluso para oficiales curtidos como ellos, aquella imagen sobrepasaba cualquier límite de lo humanamente tolerable.

Con pasos vacilantes, el detective Reyes se acercó al cuerpo. Cada movimiento era una batalla contra el impulso de huir, de borrar aquella visión de su mente. Pero su deber era más fuerte que el miedo que le hacía sentir el homicidio, era un profesional. La víctima era apenas reconocible, un amasijo de carne desgarrada y huesos expuestos, con el rostro congelado en una mueca de agonía indescriptible. Las mutilaciones, de una precisión casi quirúrgica, hablaban de una mente perturbada y metódica en su locura.

- ¿Qué clase de monstruo pudo hacer algo así? - La voz de González temblaba, el pánico deformando sus facciones mientras sus ojos, dilatados por el horror, no podían apartarse de la escena.

Reyes se obligó a examinar cada detalle, por más que su estómago se revolviera. Cortes profundos surcaban el cuerpo desnudo de la joven, como si la hubieran desollado con una crueldad calculada y enfermiza. Símbolos extraños y complejos habían sido grabados en su piel, incluso en zonas donde el hueso quedaba expuesto. Aquellos símbolos parecían extraídos de alguna pesadilla ancestral, evocando fuerzas oscuras que no deberían ser nombradas.

- Esto va más allá de un simple homicidio - murmuró Reyes, luchando por mantener la compostura. - Hay algo ritualístico en todo esto. -

González se apartó bruscamente, incapaz de soportar más. - ¿Qué clase de enfermo haría algo así? ¿En qué mundo vivimos? -

Arturo desvió la mirada, pero era demasiado tarde. Las imágenes de esta nueva víctima ya se habían grabado a fuego en su mente, uniéndose al desfile de horrores que lo atormentaban en sus peores pesadillas. Sabía que ese rostro desfigurado lo perseguiría por el resto de sus días.

Ramírez, en shock, observaba la escena con ojos desorbitados. - Jefe, esto... esto es obra de un auténtico psicópata. Un asesino sin alma, sin el más mínimo rastro de humanidad. -

Reyes asintió sombríamente. A pesar del impacto inicial, su mente analítica comenzaba a funcionar. El cuerpo llevaba días allí, y las marcas indicaban que la víctima había sido torturada en ese mismo lugar durante horas interminables. El líquido oscuro y viscoso se extendía desde el cadáver hacia los rincones, formando patrones que sugerían algún tipo de ritual siniestro.

Cada nuevo detalle multiplicaba el misterio. ¿Qué clase de persona podría haber cometido semejante atrocidad? ¿Qué motivo o razón causaba un acto de crueldad tan meticuloso?

Reyes se juró a si mismo que encontraría al responsable costara lo que costara. Desentrañaría los misterios que se ocultaban en las sombras de ese sótano, aunque tuviera que adentrarse en la misma oscuridad que prometía detener.

Con una determinación nacida de la rabia y el horror, el detective comenzó a inspeccionar minuciosamente la escena. Cada fibra de su ser le gritaba que esto no era un crimen común. Los escasos indicios apuntaban a algo más funesto, tal vez relacionado con alguna secta antigua y olvidada.

- Jefe. - La voz de Ramírez sonaba cargada de inquietud. - ¿Cree que esto pueda ser obra de algún culto? ¿De esos de los que a veces se oye hablar?

Reyes entrecerró los ojos, examinando una vez más los símbolos grabados en la carne. No podía descartar ninguna posibilidad, por descabellada que pareciera.

- No lo sé con certeza Ramírez - respondió con voz grave. - Pero todo apunta a que nos enfrentamos a algo verdaderamente sombrío. Siento que una oscuridad se cierne sobre este caso, una oscuridad que va más allá de lo que podemos comprender. -

González se estremeció visiblemente, incapaz de procesar tanta maldad. El equipo de investigadores se preparaba para adentrarse en un laberinto de horror y demencia, sin saber que lo peor aún estaba por venir.

- Esto es una locura jefe - murmuró González, su voz quebrándose ligeramente. - ¿Cómo puede existir alguien capaz de semejante barbarie? -

Reyes dejó escapar un suspiro cargado de pesadumbre. Sus ojos, oscurecidos por el peso de los horrores que habían presenciado, recorrieron la escena macabra que se desplegaba ante ellos.

- La mente humana, González, es un abismo insondable - respondió con voz grave. - Capaz de las mayores maravillas y de las crueldades más aberrantes. Pero te juro que encontraremos a los malnacidos responsables de este ritual demoníaco. Es una promesa. -

Mientras tomaba nota meticulosa de cada detalle escabroso, Reyes sentía crecer en su interior una urgencia febril. El sádico tras este crimen no solo era peligroso, era un depredador al acecho, hambriento de más víctimas para su retorcido culto. La carrera contra el tiempo había comenzado, y cada segundo perdido podía significar otra vida segada por aquella maldad desatada.

- Revisen cada maldito rincón - ladró a sus hombres, su voz cortante como el filo de una navaja. - No dejen ni una piedra sin voltear. Necesitamos todas las pruebas que podamos conseguir.

En un silencio sepulcral, roto solo por el ocasional crujir de la madera podrida bajo sus pies, Ramírez y González se dispersaron por el sótano. Reyes, por su parte, se enfocó en el cadáver mutilado con una intensidad rayada en la obsesión. Sus ojos, afilados como los de un halcón, escrutaban cada centímetro de piel lacerada, cada trazo sangriento de aquellos símbolos arcanos que parecían haber sido grabados por la mano de un demente.

Las horas se deslizaron como arena en un reloj, en medio de una tensión palpable apenas interrumpida por los murmullos apagados de los oficiales al reportar sus hallazgos. La determinación de Reyes ardía en su interior como una hoguera de indignación ante tal despliegue de barbarie. No descansaría hasta dar con el monstruo responsable y verlo tras las rejas, pagando por sus atroces crímenes.

Cuando los primeros rayos del alba se colaron por las ventanas rotas, el detective dio por concluida la inspección. Se incorporó con un gesto de agotamiento, sintiendo el peso aplastante de las imágenes infernales que había presenciado esa noche, grabadas a fuego en su psique atormentada.

Al encaminarse hacia la salida, sus ojos se clavaron en uno de los muros. Entre la maraña de símbolos, destacaba uno particularmente intrincado y siniestro. La forma retorcida de aquel grabado lo perturbó profundamente, como si hubiera sido trazado por una fuerza más allá de la locura humana. Por mucho que le revolviera las entrañas, Reyes sabía que tendría que desentrañar el significado oculto tras todas aquellas marcas demoníacas.

Tras rendir un sombrío informe al Capitán Sánchez en la fiscalía, Reyes se retiró a su hogar, anhelando escapar de las visiones perturbadoras que lo acosaban. Sin embargo, mientras su cuerpo exhausto sucumbía al sueño, los demonios que acechaban en su subconsciente no le concedieron tregua alguna.

Las pesadillas lo asaltaron con una crueldad sin precedentes. Visiones infernales y alaridos desgarradores helaron su sangre. En cada fragmento de su mente, se materializaban rostros desfigurados, seres torturados con las bocas abiertas en muecas mudas de agonía. En sus sueños se veía arrastrado a las profundidades más oscuras del averno.

Se debatía entre las sábanas empapadas en sudor frio, incapaz de escapar del tormento que lo oprimía sin piedad. Con el corazón desbocado, Reyes despertó con un grito ahogado. Las pesadillas se volvían cada vez más vívidas y aterradoras. Con manos temblorosas, abrió las cortinas dejando pasar los rayos del sol, desesperado por disipar las sombras que lo acechaban en la penumbra. Pero una certeza escalofriante se aposto en su alma, la oscuridad que había presenciado no se desvanecería fácilmente.

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