El capitán Sánchez se encontraban en su oficina, revisando todos los informes que le entregaban, leyendo y archivando cuando el teléfono sonó con su chirrido estridente. Al otro lado uno de sus oficiales le comunicaba del hallazgo en su rondín. Otro cuerpo brutalmente mutilado. Sánchez sintió que su corazón se encogía bajo el peso de la noticia.
Sin perder tiempo se comunicó a la oficina de Reyes. Arturo entro corriendo al despacho del capitán, su cara mostraba una determinación férrea, aunque sus ojos revelaban preocupación y cansancio.
- Reyes, tenemos otra víctima con el mismo modus operandi. – Dijo el capitán con voz grave y abatida. – Las marcas son iguales: mutilaciones, símbolos grabados en la piel y la marca de nacimiento que me mencionaste. Este desgraciado se está riendo de nosotros en nuestra cara. -
Reyes asintió, apretando los dientes. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que el asesino volviera a atacar, pero la cruda realidad de otra vida arrebatada lo golpeaba con fuerza.
- ¿Dónde pasó, capitán? Necesito ver la escena ahora mismo - urgió, con un brillo de resolución en la mirada.
Sánchez le dio la dirección: una zona industrial abandonada en los rincones más olvidados de la ciudad.
- Ten cuidado, Reyes. Nos enfrentamos a algo que va más allá de lo que podemos entender. Hay una sombra oscura sobre la ciudad. -
Con un gesto serio, el detective salió hacia la escena del crimen, su mente ya dando vueltas a teorías y buscando conexiones. Manejó rápido, empujado por una sensación creciente de urgencia que le recorría el cuerpo.
Llegó a un complejo industrial en ruinas. Las paredes oxidadas y las ventanas rotas anunciaban el horror que esperaba dentro. Empujó la puerta destartalada y entró en el edificio.
Inmediatamente, el hedor a muerte lo golpeo. Una mezcla asquerosa de sangre, fluidos corporales e incienso parecía pegarse a su piel. Reyes contuvo las ganas de vomitar, no podía evitar sentir asco ante ese olor, aunque estaba acostumbrado a escenas horribles, era demasiado.
Avanzó con cuidado por los pasillos deteriorados, sus pasos haciendo eco de forma siniestra, siguiendo el rastro de manchas oscuras en el suelo. Al doblar una esquina, vio la escena del crimen. En el cuarto vacío, las sombras se alargaban, creando patrones extraños en las paredes descascaradas. En el centro estaba el cuerpo mutilado de otra mujer, su piel desgarrada en un mosaico horrible de símbolos retorcidos. Pero esta vez algo era diferente.
Podía sentir una presencia sobrenatural, el ambiente se sentía cargado de energía que lo hacía sentir intranquilo, erizándole el pelo de la nuca con el terrible presentimiento de que algo maligno había estado en ese lugar.
De repente, con el rabillo del ojo notó un movimiento casi imperceptible en el cadáver. Algo que desafiaba toda lógica, vio como el cuerpo empezaba a moverse de forma grotesca, sus articulaciones hacían una danza grotesca, los huesos rotos y las laceraciones hacían figuras indescriptibles. Un grito inhumano salió de la garganta de la víctima como si su alma luchara por salir de su interior.
Los ojos del cuerpo se abrieron de golpe, mostrando sus cuencas vacías como pozos sin fondo. Reyes retrocedió por instinto, cayéndose hacia atrás, sintiendo como el miedo le apretaba el corazón al borde de su explosión. De la boca desfigurada salió una voz profunda, distorsionada, resonando en las cuatro paredes como un eco del inframundo.
- Revivo... el fuego - susurró la voz espectral, poniendo la piel de gallina al detective. - El olor a resina quemada y humo espeso de las antorchas llenaba el aire, ahogándome. Los gritos de dolor me taladraban los oídos mientras preparaban la hoguera que quemaría mi carne. –
Reyes sintió que su sangre se helaba en sus venas al presenciar esa espeluznante escena. El cuerpo parecía poseso por un espíritu que revivía recuerdos de una vida pasada le cual en su final estuvo llena de tormentos indescriptibles. De nueva cuenta palabras empezaron a ser escupidas por su boca deformada, como cuchillos que rasgaban el velo de la realidad.
- Me rodeaban, veía sus caras, sus expresiones demoniacas bailando a la luz de las antorchas, parecían las llamas del infierno. – La voz se volvía más grave y gutural como si la presencia sobrenatural ganara fuera con cada palabra. – Rituales, invocaciones. Yo, yo fui el cordero sacrificado en el altar. –
Reyes estaba asombrado y asustado, pero su miedo solo crecía. El cuerpo empezó a sangrar de nuevo como si las heridas del pasado y del presente se estuvieran compenetrando, el cuerpo parecía que explotaría convirtiéndose en un amasijo de carne. La mujer se retorcía como si sintiera el dolor de todas las lesiones infringidas, sus gritos desgarradores resonando en las paredes como un eco, el edificio parecía lamentarse con ella, como si el clamor de miles de almas atormentadas hubiera sufrido el mismo destino.
- ¡El dolor! ¡El tormento no tiene fin! – Grito la voz, quebrandose en un alarido que desgarra los oídos del detective. – Cuchillos rituales cortan mi carne, me arrancan la piel hecha jirones, esos cuchillos irradian oscuridad. –
Reyes no podía contenerse más, se le revolvía el estomago al ver las mutilaciones en esa mezcla de ilusión y verdad. La realidad se le desdibujaba ante los ojos, desafiando todo lo que creía saber sobre el mundo y arrastrándolo a un abismo de terror y dudas.
- Al final, después de todo mi sufrimiento, de todo mi dolor. – Siguió la voz espectral, cada palabra que decía estaba cargada de un dolor que se podía palpar. – Las llamas. Me arrojaron a las llamas dejando que me calcinara, mi voz ahogada por el crepitar de las llamas y mis gritos hasta que no quedo nada. -
La mujer se sacudió con violencia, sus movimientos haciéndose más fuertes como si fuerzas del más allá pelearan por manifestarse a través de ella en una locura de sufrimiento.
Reyes se encontraba en una especie de trance, no podía dejar de mirar esas horrendas visiones.
- Ahora te toca a ti. Con el mismo sufrimiento eterno de las almas condenadas atrapadas en un laberinto sin salida, te toca hundirte en lo más profundo de nuestro tormento. –
Antes de que Reyes pudiera moverse, el cuarto se llenó con una luz cegadora la cual lo fue cubriendo poco a poco arrastrándolo a un abismo de locura y desesperación. Un aluvión de imágenes lo lanzaron a través del tiempo y el espacio, un caleidoscopio que amenazaba con robarle la cordura sumergiéndolo en un mundo de terror infinito donde revivió la muerte de cada una de las víctimas que habían sido sacrificadas a lo largo de siglos.
Se encontró atado a un poste, las llamas lamiendo sus pies mientras una multitud gritaba a su alrededor algo incomprensible, un nombre que no lograba entender. Los gritos resonaban en sus oídos ahogando sus ruegos de piedad hasta que su corazón fue atravesado por un cuchillo negro.
Luego la escena cambio de golpe, arrastrándolo a una nueva visión. En las profundidades de un calabozo, cada rincón rezumaba miedo y desesperación sin esperanza de escape. Su cuerpo se retorcía bajo un aparato de tortura de la inquisición mientras sus verdugos le desgarraban la piel con pinzas al rojo vivo mientras usaban el cuchillo negro para cortar los restos sobrantes. El dolor era interminable e insoportable, empujándolo al borde de la locura.
Las visiones sucedían una después de otra a gran velocidad, cada una más aterradora que la anterior, formando un ballet de sufrimiento que persistía a través de los siglos.
En medio de cada vivencia, logro percatarse de algo, ese nexo, esa marca innata como estigma que atravesaba las épocas. Cada víctima, cada sacrificio tenía ese legado maldito, esa marca de nacimiento en la piel.
Reyes gritaba y suplicaba que terminara, implorando que la tortura terminara. Pero las imágenes seguían fluyendo, implacables, arrastrándolo por diversas eras, diversos lugares, arrastrándolo a un calvario de dolor y muerte. Finalmente, con un estruendo ensordecedor, todas las visiones se desvanecieron en la más absoluta oscuridad.
Reyes se encontró tirado en el suelo de aquella sórdida escena del crimen, su cuerpo empapado en sudor. La victima yacía inmóvil, tal cual como la había observado por primera vez. El detective intentó recobrar el aliento, pero su cuerpo no le respondía, aun aturdido por la vivencia que había azotado su mente.
Se levantó despacio, con movimientos temblorosos, tambaleándose, como si hubiera salido de una borrachera. En los rincones de su mente, las visiones persistían, acechando, susurrando con arrastrarlo a la locura.
En ese momento recapacitó, todas las víctimas, unidas por la marca de nacimiento, las hacía víctimas de ese culto. Formaban parte de un ciclo continuo de sufrimiento, una especie de maldición que se extendía por los siglos. Un legado oscuro que cargaba con el peso de incontables vidas sacrificadas, de almas atormentadas condenadas a vivir muertes tormentosas sin esperanza de redención.
Su mente inundada de las visiones, recordó varios casos pasados. La joven con la marca de fuego en su espalda, el empresario con el corazón extirpado, y tantas otras víctimas de casos sin resolver que lo perseguían como espectros implacables. Al principio, aquellos crímenes parecían inconexos, pero no era así, eran parte de una telaraña de muerte y dolor. Aún no podía descubrir el patrón oscuro que guiaba a esos decesos.
Si eran parte de un esquema que llevaba siglos llevándose a cabo, ¿Cómo diablos se puede detener algo que ha durado generaciones? ¿Cómo enfrentas fuerzas que van más allá de la lógica y se mofan de las leyes naturales?
Aunque las marcas de nacimiento y los símbolos siniestros eran clave, Reyes se obligó a centrarse en atrapar al asesino antes de que matara a más inocentes. No importaba los peligros, los secretos oscuros o las fuerzas sobrenaturales; estaba decidido a descifrar la mente retorcida que actuaba en las sombras.
Los días siguientes fueron un torbellino de vigilancia constante e investigación a fondo. Reyes examinaba cada detalle de los crímenes con lupa, buscando pistas que lo llevaran al culpable. Pasaba noches en vela, al acecho de movimientos sospechosos y siguiendo cualquier rastro que pudiera acercarlo a la verdad escondida detrás de esos asesinatos rituales.
La ciudad se había vuelto un tablero macabro. Cada sombra podía esconder al asesino, cada cara en la multitud podía ser un cómplice o la próxima víctima. Reyes sentía el peso de las vidas que estaban en juego, sabía que cada minuto sin resolver el caso acercaba más el próximo sacrificio.
Reyes sentía que estaba perdiendo la cabeza, las visiones se mezclaban con la realidad, borrando los límites entre el pasado y el presente, entre su ser y el de los demás, el cansancio nublaba su juicio y las pesadillas lo perseguían aun despierto.
Estaba dispuesto a sacrificar su cordura para poner fin a ese ciclo, aunque sentía que la oscuridad lo podía engullir en cualquier momento, estaba dispuesto a sacrificarse para acabar con esa cadena de horror que trascendía los siglos.
Cada pista que descifraba, sentía que se acercaba más a la pista del asesino. Mientras la ciudad dormía, el seguía su búsqueda. Su obsesión solo progresaba. Se saltaba comidas, apenas dormía, los oficiales lo veían hablando solo. Ana y el capitán se encontraban profundamente preocupados por el, sus ojeras eran más pronunciadas y la mirada febril que ya nunca lo abandonaba.
Empezó a revisar casos sin resolver en los archivos, buscando algo más que le sirviera como pista. Indago en una serie de asesinatos ocurridos hace un siglo, donde los patrones eran idénticos o con gran similitud a los actuales. Las mismas marcas, los mismos símbolos, la misma brutalidad ritual. Era como si el asesino actual fuera una reencarnación de aquel verdugo del pasado.
Con manos temblorosas, Reyes extendió los viejos recortes de periódico sobre su escritorio. Las imágenes en blanco y negro, borrosas por el tiempo, mostraban escenas que eran un espejo perfecto de los crímenes que ahora investigaba. Y allí, en una foto grupal de la policía de la época, un rostro que le heló la sangre: era como mirarse en un espejo distorsionado por el tiempo.
- No puede ser - murmuró Reyes, su voz apenas un susurro en la oficina vacía. Pero ahí estaba, innegable. En la foto, un detective de hace más de cien años, con otro nombre, pero un parecido inquietante. Acaso, era posible que él también fuera parte de este ciclo maldito. Estaba condenado a perseguir eternamente a un asesino imparable que había azotado a la humanidad por siglos.
La cabeza le daba vueltas poniendo en riesgo la poca cordura que mantenía. Este descubrimiento amenazaba con hacerlo caer en el abismo de la locura. Pero tuvo una chispa de esperanza, si él era parte de esta estratagema, tal vez estaba destinado a romper con esa maldición de una vez por todas, sería él quien pusiera un alto de una vez por todas a ese homicida.
Con renovada energía, Reyes se sumergió de nuevo en la investigación. Cada pista, cada detalle, cobraba ahora un nuevo significado. Ya no era solo un caso más, era una batalla contra el tiempo y contra fuerzas que iban más allá de su comprensión.
Y estaba decidido a ganarla, aunque le costara la vida o el alma.