Afrodisio Y Una Cereza

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El día en que Ariadna conoció a Teótimo, no dudó en invitarlo a su taller. El sol quemaba lentamente los hombros de los individuos tomados de la mano, a medida que se acercaban hacia el edificio en el centro de Atenas. Los acompañaba tan solo el crujir de sus elegantes sandalias y el suave tacto de sus túnicas.

Desde el momento en que Teótimo vio a la chica, confió completamente en sus prejuicios respecto a su persona y no tardó en confirmar todas sus suposiciones tras una breve conversación. Ariadna era excéntrica, en cualquier sentido de la palabra. A él, su presencia le transmitía una inquietud insaciable. Sentía la necesidad de descubrir los secretos escondidos detrás de sus delicadas facciones, aprender sobre sus sueños, conceder todos sus caprichos.

Sus ojos siempre brillaban, llenos de luz y anhelos. Su piel era pálida como la luna, sus labios rojos como cerezas. Su voz era suave y profunda, al igual que sus palabras, con las que muy brevemente había relatado la historia de su vida tras una corta primera conversación.

- Los dioses me encomendaron una misión, solo yo he de cumplirla, sin ayuda tengo que obedecer - le había dicho -. La escultura es mi vocación, nadie se interpondrá. Seré famosa y reconocida. Pronto asegurarás a tus conocidos con orgullo haber caminado junto a mí.

Teótimo no ponía en duda la certeza de sus afirmaciones.

Ariadna no tardó en reconocer la admiración por parte de su compañero, el deseo en sus ojos, su voluntad hacia ella. Entonces fue cuando decidió invitarlo a su taller, con la promesa de revelarle su impecable obra. Antes de que él respondiera, Ariadna sabía que aceptaría. Era tan típico de personas como él, aceptar estas dudosas invitaciones. Para ella, Teótimo era un inocente pero buen joven, su carácter noble, su falta de ingenio, su humildad y gran inocencia eran un claro ejemplo de los hombres con los que frecuentaba.

Además, quedó extasiada con su magnífico rostro, propio de un milagro. De pies a cabeza, era perfecto. Sin embargo, hubo algo que destacó por sobre todos sus atributos: sus orejas. Puntiagudas, delicadas y medianas. Singulares a su manera, pero de un atractivo indiscutible para ella.

Una vez que llegaron a la entrada del edificio, Ariadna lo invitó a pasar. Su taller era una amplia habitación, sin muebles exceptuando la mesa y la silla de madera en el centro, y una larga figura cubierta por una manta, lo que Teótimo supuso sería la escultura. No había signo de sus herramientas, lo cual él no advirtió.

- Este es Afrodisio - llamó Ariadna -. Di hola, Afrodisio.

En efecto, ella se había dirigido hacia la esquina donde se encontraba la escultura, y había retirado la manta para que él pudiera apreciar su trabajo. Si bien Teótimo no tenía idea sobre las artes plásticas, la técnica y el talento eran evidentes. Afrodisio era alto y musculoso, con facciones afiladas y un cuerpo fornido. Incluso llegó a compararlo con los trabajos de los grandes artistas de la época, y ella no tenía nada que envidiarles.

- Es realmente muy tímido. Siempre le reprocho esto. Pero estoy segura de que no tendrá reparo en hablar con alguien tan bello como tú. Mientras tú estés dispuesto a contestarle. Parece que todos los que vienen no tienen modales.

Entonces Teótimo comprendió que Ariadna era del tipo que trataba a su arte como si tuviera vida. Esto, por alguna razón, no le sorprendió en absoluto.

- Buenos días Afrodisio - dijo haciendo una exagerada reverencia -. Tus ojos pronto contemplarán las mejores galerías de Grecia.

- Él me ha dicho que te encontraría hoy, como lo he hecho. Me ha dicho que encontraría a alguien que podría ayudarme, que se sacrificaría por mí. Hasta el significado de su nombre lo demuestra. Es Teótimo, es un regalo de los dioses. Sí, sin duda nació para ser un sacrificio.

Tras decir esto, Ariadna se le acercó con sigilo, sus pasos suaves y precisos como siempre, su autoridad aumentaba a medida que la de Teótimo se sucumbía.

¿Qué quería decir con eso? ¿Un sacrificio? A medida que analizaba mejor sus palabras varias posibilidades cruzaron por su mente. Comenzó a sentir los síntomas de lo que los médicos llamaban un colapso nervioso: dolor en el tórax, asfixia, escalofríos y una extraña sensación que le aseguraba que lentamente estaba perdiendo la razón y el juicio.

Ella reparó en el repentino estado ansioso de su acompañante y se apresuró en dejar a Afrodisio de lado para acercarse hacia él.

- ¿Te he dicho que tienes una hermosa figura? ¿No? Bueno, porque es cierto. Tus ojos embriagan como los vinos de Dionisio, tu porte es rígido como el orgullo de Hera, tus cabellos son más tenebrosos que las tierras de Hades y tus ojos más eléctricos que los rayos de Zeus. ¿Pero sabes qué es lo que más me gusta de todo? ¿Lo que anhelo con locura? Tus orejas, bendecidas por la misma Afrodita. Ella es la que me otorgó mi misión, ella me pidió crear la más hermosa criatura, que lograra traer su magnetismo a la tierra y se lo mostrara a los hombres. A cambio, me proclamará la mejor artista de toda Grecia, beberé vino en todas las comidas y mis baños estarán perfumados con las más costosas esencias.

Cada paso que Ariadna daba resonaba sobre las paredes del taller; su eco se expandía y repetía ese grotesco sonido una y otra vez, como si su caminar no cumpliera con las leyes del tiempo, como si ella fuera mucho más que el tiempo y el espacio, como si ella misma fuera una diosa y no una simple mensajera. Su elegancia era majestuosa, nunca la perdía; la llevaba consigo a cada paso que daba, junto con su sonrisa, que Teótimo no pudo descifrar. Dejaba ver sus deseos y su angustia. Era la sonrisa de alguien destinado a brillar, pero que por culpa de las circunstancias cayó en la mediocridad. Era una sonrisa desesperada, necesitaba alcanzar sus objetivos, sin importar con qué intensidad rayara la locura.

- Tengo que hacerlo. Tengo que completar mi obra. Afrodisio es la mayor pieza que ha existido, que existe y que existirá. No lo modifica el tiempo ni la opinión ajena, existe solo en su alto pedestal. Pero necesito tu ayuda. ¿Sabes a lo que me refiero?

Teótimo creyó entender a lo que se refería, lo cual fue una ayuda para sus nervios. Suponía que, dado a los exagerados halagos que ella le había dedicado, sería su modelo; debería posar para que Ariadna pudiera dar por terminado a Afrodisio. Dado que aún sentía una chispa de nerviosismo y su respiración estaba agitada, decidió aclarar la situación, tanto por ella como por él mismo.

- Veo tu talento y admiro tu destino. Fuiste elegida por los dioses y ahora estoy a tu servicio. ¿Necesitas que pose para ti?

Con un suave gesto, Ariadna negó con la cabeza.

Los inexplicables temores de Teótimo regresaron. Intentó contenerse, calmar su corazón cuyos latidos se hacían cada vez más potentes, más intensos. En cambio, el corazón de ella estaba apacible, tranquilo, bombeaba suavemente sangre al resto de su cuerpo. La cereza de su boca estaba curvada en una sonrisa que le daba un aspecto infantil, tierno y sádico. Todo en ella era una contradicción. Su aspecto no respondía en absoluto a su presencia. Si pudiera juzgarla solo por su físico, él diría que es una joven débil, humilde, inteligente y compasiva. Pero había algo en ella que le decía todo lo contrario: era diabólica, de sus ojos saltaban chispas de locura. Teótimo deseó jamás haber aceptado la oferta de pasar a su taller, sentía que le faltaba el aire y necesitaba estar lejos de Ariadna y su escultura.

- Bueno... no sé con qué necesitas ayuda, pero... ¿Qué te parece mañana? Puedo venir a primera hora... quedarme hasta la tarde. Hoy tengo un compromiso con alguien... pero mañana te pertenezco.

La sonrisa nunca se turbó en el rostro de Ariadna, tampoco sus ojos, ni sus pasos ni su respiración. Todo en ella era calma y plenitud; todo en él era nerviosismo e histeria.

- Es que mañana no puedo. Además, solo me tomará menos de un segundo. ¿Qué te parece sentarte aquí? - dijo señalando la banqueta posterior a Afrodisio.

En este punto, Teótimo estaba demasiado asustado para desobedecer. Siendo consciente del peligro que suponía acercarse a ella, tomó asiento y esperó.

Durante todo este tiempo, por la mente de él no pasaban más que imaginaciones de lo que podría pasarle, de lo que podría evitar. Ninguna tenía sentido, ninguna le parecía posible. Seguía un círculo vicioso en el que, progresivamente, cada idea era peor que la anterior. Luego de dos o tres posibles escenarios, se tranquilizaba diciéndose a sí mismo que estos temores no tenían causa, ya que Ariadna no había hecho más que mirarlo a los ojos, sonreír y hablarle. Pero cuando volvía la mirada hacia ella y penetraba en su rostro, el círculo comenzaba de nuevo.

- ¿Te dije que tienes unas orejas preciosas?

Ariadna lo sacó de su introspección.

- Sí.

Teótimo estaba sentado en la banqueta, a su derecha se encontraba Afrodisio y por detrás estaba la chica, que lentamente acariciaba su cabeza.

- ¿Te gustan tus orejas?

- Sí.

La sonrisa de Ariadna se hizo incluso aún más amplia.

- Bien, porque no disfruto tomar facciones de personas que no saben valorarlas.

No dejó tiempo suficiente a Teótimo para analizar sus palabras. Con su perverso poder de sobrepasar cualquier barrera del tiempo, realizó la secuencia en menos de un segundo, o eso le pareció.

Con sus suaves manos sujetó su oreja y plácidamente removió el órgano de su cuerpo. De nuevo, todo en ella era calma y plenitud; y todo en él era histeria. Ella se mantenía serena mientras la sangre brotaba del costado de la cabeza de él, quien suplicaba y gritaba de dolor, llevando su mano hacia la herida. Sintió la carne fundirse bajo su tacto, la cabeza le daba vueltas, no podía ver nada, aunque sentía la imagen de Ariadna posando como un fantasma ante sus ojos. Con su boca de cereza, su mirada estaba llena de secretos.

Mientras Teótimo se estremecía de dolor, ella colocaba la cicatrizada oreja en el espacio de Afrodisio. Se había transformado en piedra. El típico color rojo había desaparecido, ni una gota de sangre cayó de ella: era completamente gris, dura y frágil.

- Bendito seas, ahora eres parte de mi reino. Antes insignificante y torpe, ahora glorioso y exitoso. Tus sueños y risas y llantos ahora me pertenecen, al igual que tu preciosa oreja.

Delirando de dolor, escuchó las declaraciones de ella, pero no logró comprenderlas del todo. Cuando recordó dónde se encontraba, luego del denso mareo, buscó la puerta para pedir ayuda. Giró sobre su eje, hacia las paredes de la habitación sin encontrar la salida.

- ¿Dónde estoy? - grito Teótimo -. ¿A dónde me has traído?

Suavemente, Ariadna lo abrazó con delicadeza por los hombros, se acercó a su oído y susurró:

- Ya te lo he dicho. Estás en mi reino, en mi tierra, en mi Olimpo. Me perteneces ahora, como me pertenecen ellos.

Tras una breve pausa, Teótimo replicó:

- ¿Ellos?

A su alrededor, el taller había desaparecido. Se encontraba en la nada o, mejor dicho, no se encontraba en ninguna parte. No pertenecía al espacio. Tampoco al tiempo, pudo sentirlo. Allí, en esta eternidad clara y brillante, muchos hombres como él miraban en su dirección, con tristes sonrisas. A cada uno de ellos les faltaba una parte, estaban incompletos. A uno una pierna, un dedo, un ojo.

Todos sabían que no eran parte de la tierra y nunca volverían a serlo, pero sabían que eran una obra de arte, una obra de Ariadna, una obra de Afrodita, una obra que alcanzaría el éxito y todo el mundo aclamaría.

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