El Guardián De Midgard
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El viento azotaba las montañas nevadas de lo que antes era Rusia, ahora un páramo desértico tras las guerras que devastaron la tierra. Entre esos picos helados, una figura solitaria ascendía lentamente. Iván "El Guardián" Volkov, un gigante de hombre con cicatrices tanto en su cuerpo como en su alma, se movía a pasos pesados, sus músculos endurecidos por años de combate eran como grandes boques de piedra, mientras su abrigo de pieles se sacudía con cada ráfaga. Sus ojos, fríos como el paisaje que lo rodeaba, escudriñaban el horizonte en busca de algo, quizás paz o quizás el final. Iván no siempre había sido un ermitaño. Años atrás, había sido un luchador famoso, un hombre conocido por su descomunal fuerza. Posteriormente, un soldado mejorado y modificado por el gobierno para sobrevivir a las atrocidades de las guerras tecnológicas, su cuerpo estaba dotado de implantes cibernéticos, un legado de los experimentos militares. Ahora, solo quedaba él y su inseparable compañera, Freya, una gata negra que lo seguía desde hacía años, moviéndose con agilidad por el hielo, como si no sintiera el frío, aunque a veces se abrigaba en las pieles de Iván mientras este caminaba para capear el frío cuando arreciaba.
Para Iván, Freya no era un simple animal, siempre lo supo en sus adentros, aunque nunca había comprendido del todo el porqué. La relación entre ambos era más que la de un hombre y su mascota; era como si la criatura estuviera allí para guiarlo, para mostrarle algo que aún no comprendía totalmente. En su mente volvían los antiguos mitos que su abuela le contaba cuando era niño: historias de dioses y guerreros, de criaturas místicas y destinos fatales. Freya era su vínculo con esos relatos y con un pasado olvidado.
En la noche, mientras Iván prepara su rudimentario campamento bajo las estrellas, de pronto, Freya actúa de manera extraña. Sus ojos verdes brillaban intensamente, como si sintiera algo en particular. La gata se adentra en la oscuridad como si hubiera encontrado algo. Iván, curioso pero sin sorpresa, la sigue. Después de caminar varios minutos entre la nieve, llegan a una cueva que Iván no recordaba haber visto antes. Parecía imposible que una cueva tan grande hubiera pasado desapercibida en sus años de aislamiento pasando por la misma ruta.
Dentro de la cueva, un resplandor azul brillaba débilmente. Al avanzar, Iván encuentra lo que parecía ser un artefacto antiguo, un martillo enorme, tan grande y pesado que pocos podrían levantarlo.
En su superficie, había grabados rúnicos que Iván reconoció de los antiguos mitos que le contaba su abuela. Este era Mjölnir, el legendario martillo de Thor, o al menos eso era lo que estaba creyendo en ese momento. Iván no entendía cómo había llegado a ese lugar, ni cómo un objeto mitológico podía existir en un mundo destrozado por la ciencia y la tecnología, pero en ese momento todo cobró sentido. Los mitos no eran solo historias. Eran verdaderas advertencias.
Sin dudarlo, Iván extendió su mano hacia el martillo. En cuanto lo tocó, una energía inmensa fluyó a través de él, fusionándose con su cuerpo. Los implantes cibernéticos, los músculos endurecidos por el combate, todo se sincronizó con el poder de Mjölnir. Su fuerza, que ya era legendaria, se multiplicó. Pero más allá de la fuerza física, Iván siente algo más profundo: una conexión espiritual con los antiguos dioses, como si hubiera sido elegido para algo más grande.
Esa misma noche, mientras el viento aullaba fuera de la cueva, Freya, su leal compañera, se transformó frente a sus ojos. Ya no era solo una gata; ahora Iván veía en ella la encarnación de la diosa Freyja, protectora de los guerreros y los gatos. Su misión estaba clara: debía detener el Ragnarök, el fin del mundo, que según las leyendas se avecinaba. Pero en esta era moderna, el apocalipsis no sería desatado por dioses, sino por humanos que manipulaban la tecnología con propósitos oscuros.
Freya le explica que había un grupo de individuos conocido como Los Hijos de Fenrir, un culto tecnológico que veneraba al lobo Fenrir, la bestia destinada a devorar el sol en el Ragnarök. Los Hijos de Fenrir habían desarrollado tecnología capaz de desatar un apocalipsis controlado según ellos, creando un caos que les permitiría tomar el control sobre el destino de la humanidad. Creían que al provocar el fin del mundo, otra vez, podrían gobernar entre las ruinas, como los nuevos dioses de un mundo devastado.
Iván, armado con el poder de Mjölnir y guiado por Freya, se embarca en la misión para detener a los Hijos de Fenrir. Su viaje lo llevó a través de ruinas heladas, desiertos radioactivos y ciudades abandonadas. El mundo que una vez conoció había desaparecido, reemplazado por una tierra que apenas recordaba su antigua gloria. En cada paso de su travesía, Iván lucha no solo contra enemigos físicos, sino también contra sus propios demonios. Las cicatrices de su pasado lo perseguían, recordándole los errores cometidos en nombre del poder y la guerra.
En su viaje, Iván encuentra a otros que se oponían a los Hijos de Fenrir. Entre ellos estaba Astrid, una guerrera rebelde que lideraba una pequeña resistencia en lo que solía ser Escandinavia.
Astrid era feroz, valiente y astuta, con una profunda conexión con las antiguas creencias nórdicas. Juntos, Iván y Astrid formaron una alianza, liderando a un grupo de sobrevivientes en la batalla final contra el culto.
Finalmente llega el día de la confrontación final; esta se desarrolla en una ciudad flotante, construida por los Hijos de Fenrir sobre los restos del antiguo Moscú. La ciudad, sostenida por tecnología avanzada, era una fortaleza aparentemente impenetrable, donde los líderes del culto planeaban desatar su nuevo apocalipsis. Iván y sus guerreros logran infiltrarse en la ciudad, pero no sin perdidas en el camino. Muchos cayeron, pero el objetivo de evitar el Ragnarök los impulsaba a seguir adelante.
En el corazón de la ciudad, Iván se enfrentó a Sigrid, la líder de los Hijos de Fenrir. Sigrid no era una simple humana; había sido modificada genéticamente para emular a Fenrir, el lobo del fin del mundo. Su fuerza y agilidad eran sobrenaturales, y su apariencia recordaba al mítico lobo que los antiguos dioses temían. El combate entre Iván y Sigrid fue titánico, una lucha de fuerza bruta y poder divino contra tecnología y manipulación genética.
Mientras el Mjölnir y las garras de Sigrid chocaban, el mundo parecía temblar. Iván luchaba no solo por la supervivencia de la humanidad, sino por preservar el equilibrio entre el destino y el libre albedrío. Sigrid creía que el destino estaba sellado, que el Ragnarök era inevitable, pero Iván sabía que los dioses no dictaban el futuro; los humanos también forjaban su propio camino.
Al final, Iván logra vencer a Sigrid, pero no sin antes que el Mjölnir, el arma que le había otorgado un poder inmenso, comenzara a consumir su cuerpo. Iván sentía cómo su esencia se fusionaba con el martillo, transformándose en algo más. Se dio cuenta de que su destino real era convertirse en el Guardián de Midgard, un protector eterno de la tierra.
Al morir Sigrid, la tecnología que mantenía la ciudad flotante comenzó a fallar. Iván, ahora blindado con poderes más allá de la vida y la muerte, utiliza su nuevo don para salvar a los habitantes de la ciudad, incluida a Astrid, antes de que la ciudad cayera en ruinas. Freya, observando desde las sombras, sonríe. El destino había sido desafiado una vez más, y aunque el segundo advenimiento del Ragnarök había sido evitado, la batalla por el futuro de Midgard estaba lejos de terminar.
Ahora un guardián inmortal, había surgido, el hombre que le torció la mano al apocalipsis y protegió el mundo de las sombras. Freya, su leal compañera, desaparece en el momento en que Iván acepta su destino, dejándole solo una enseñanza:
El destino puede estar escrito en las estrellas, pero el hombre tiene el poder de cambiarlo.