El Susurro De Las Ceibas

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Costa Rica se erige como un bastión de sostenibilidad y biodiversidad. Sin embargo, en las profundidades de la selva, una serie de anomalías atmosféricas comienzan a perturbar el equilibrio natural. Ana Solís, una científica ambientalista apasionada por la conservación, detecta estos cambios y decide investigar. Acompañada por Rafael Río, un ingeniero climático, y Selva Morales, una bióloga especializada en la flora y fauna nativa, Ana se adentra en la jungla para descubrir la causa de estas perturbaciones. Pronto, se encuentran con fenómenos inexplicables: árboles que susurran en lenguas antiguas, animales que actúan de manera errática y cielos que se tornan de colores inusuales. El equipo descubre que una corporación ambiciosa llevó a cabo un experimento secreto de geoingeniería. Intentaron manipular el clima con máquinas-módulos conectadas a las raíces más profundas de la tierra, todo con el fin de obtener beneficios económicos. Este experimento ha alterado el equilibrio natural, haciendo que reaccionaran fuerzas ancestrales que habían permanecido dormidas durante siglos.

Entre estas fuerzas se encuentra “El Espíritu de la Ceiba”, un antiguo guardián de la selva que ahora se manifiesta como una entidad vengativa, decidida a proteger su hogar de la destrucción humana. La naturaleza, personificada en esta entidad, comienza a atacar a los intrusos, desatando tormentas, enfermedades y alucinaciones. Dr. Andrés Soto, científico que ideó el experimento y que ahora busca enmendar sus errores, junto a Gabriel Vega, un activista ecologista quien le reveló en su momento la verdad detrás de la corporación. El equipo intenta detener el experimento y apaciguar al Espíritu de la Ceiba. Sin embargo, la naturaleza es como una mujer resentida: reacciona violentamente y no perdona fácilmente. El equipo enfrenta desafíos cada vez más peligrosos, no solo ramas y raíces que los atacan, o plantas amenazadoras; también la naturaleza se vale de otras armas con las que doblegar a sus enemigos. Así, ella intenta manejar la mente de nuestros protagonistas confrontando sus propios miedos y culpas mientras luchan por hacer entender al Espíritu de la Ceiba que no son sus enemigos, pero aun así, el Espíritu de la Ceiba no hace diferencias entre la empresa que intentó violarla en su santidad y el equipo de Ana que hace el esfuerzo por salvar la naturaleza.

Pero llegado un momento, en un acto de desesperación, Ana ofrece su vida al Espíritu de la Ceiba, buscando redención por los pecados de la humanidad. El espíritu acepta su sacrificio; así, con un gran poder que se asemeja a todo lo que es divino, el espíritu toma el alma de Ana, quedando su cuerpo inerte en el suelo húmedo lleno de maleza. La selva se calma y comienza a sanar. Las anomalías desaparecen y el equilibrio se restablece. El equipo regresa a la civilización, marcado cada uno por la experiencia personal que había vivido. Para sanar sus propias heridas, deciden dedicar sus vidas a preservar las historias y enseñanzas de las civilizaciones antiguas, asegurándose de que el legado de la naturaleza nunca se olvide, sino más bien, se respete.

Años después, la selva florece con una vitalidad renovada. Sin embargo, en lo más profundo del bosque, un susurro persiste entre las ceibas, recordando a todos que la naturaleza siempre está vigilante, y que aquellos que la desafíen deberán enfrentar su ira. Los años pasaron. En la frontera del nuevo santuario ecológico de “Tortuguero”, una estación científica monitoreaba los niveles de humedad y regeneración del dosel arbóreo. El equilibrio parecía haberse restituido. Pero una madrugada, mientras la niebla cubría la copa de los árboles como un sudario, una alarma silenciosa comenzó a parpadear en rojo. El joven técnico de turno, Isaías Calderón, notó una fluctuación anómala en la presión atmosférica. Al principio creyó que era una falla del sensor. Pero el código que arrojaba la consola no tenía sentido: símbolos y caracteres imposibles se mezclaban con frases antiguas en bribri y cabécar. Palabras como Itzamatul y Kábata se repetían, seguidas de la imagen de un árbol sin hojas, envuelto en fuego azul.

Isaías, sobresaltado, llamó al jefe de estación. Nadie respondió.

Afuera, el bosque había enmudecido.

Ni un insecto. Ni el canto de los pájaros que solían anunciar el amanecer. Sólo el sonido de su propia respiración dentro de la cabaña rodeada de sensores. Con temor, Isaías salió al corredor de madera que rodeaba la instalación. Lo que vio lo hizo soltar la Tablet.

Un círculo de árboles se alzaba frente a él, donde la noche anterior solo había maleza. Cada tronco parecía haber sido moldeado con torsión, como si una fuerza invisible los hubiera hecho girar sobre su eje. Las ceibas centenarias se alzaban como guardianas sombrías, y en el centro, una figura humana de espaldas a él permanecía inmóvil.

—“¿Hola?” —balbuceó Isaías.

La figura giró lentamente. Era Ana Solís.

Pero no como la habían descrito los archivos: joven, resuelta, serena. Esta Ana tenía el rostro surcado de raíces como venas, y sus ojos brillaban con un verde turbio, luminoso. Su piel parecía de corteza, y su cabello, largas fibras vegetales que flotaban como algas bajo el agua.

—“No debieron tocar el corazón del bosque” —susurró con una voz que no era enteramente humana—.”Nosotros sanamos... pero jamás olvidamos”.

A su alrededor, el suelo comenzó a agrietarse. Vapor espeso emergía, acompañado de un olor extraño. Isaías cayó de rodillas, tosiendo. Las cámaras de la estación captaron su último aliento antes de que una sombra se lo tragara…

ESTE CICLO NATURAL APENAS COMIENZA…

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