La Ecuación Olvido
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En la orilla del sistema Theral 4, donde el tiempo fluía más lento por cada pensamiento inconcluso, Alia Tenenbaum recogía fragmentos de ruinas que aún no habían sido construidas. Sabía que aquel templo —de roca flotante y columnas fractales— pertenecía a una era futura. Pero también sabía que el tiempo estaba enfermo. Los ecos del presente se desmoronaban como cáscaras de cristal mal selladas. Desde que fue exiliada del Eje-Tiempo, el consejo de cronólogos la consideraba una hereje. “No se puede mirar más allá del fin”, le dijeron. Pero Alia lo hizo. Y ahora las eras comenzaban a desaparecer sin aviso: imperios que no existieron, niños que no nacieron, galaxias que fueron memoria sin historia.
Ella lo llamó “El Eco del Cero”. Una resonancia ciega que avanzaba sin dejar nada atrás.
Al otro lado del velo gravitacional que cubría el cinturón de Mhyr, Korin Yul descendía de su nave. Llevaba los ojos cerrados. Porque el espacio no se ve. Se siente. En su planeta natal, los niños aprendían a leer mapas estelares como otros leían poesía: con dedos que recorrían la curvatura de la realidad.
Pero Korin había sentido una grieta. Una arruga sin geometría. El vacío de algo que había estado… y ahora, ya no.
—“Si el espacio olvida dónde está, el tiempo olvida por qué fue” —dijo para sí, dejando una ofrenda de coordenadas a los Navegantes Caídos.
Fue entonces cuando lo vio. No con la vista, sino con la conciencia: una figura humanoide compuesta de fluctuaciones. Su voz llegaba como una oscilación de gravedad. Era Drahn.
—“Todo se contrae hacia el cero” —dijo Drahn—. “Si no encuentran el núcleo del olvido, el tiempo colapsará en sí mismo. Y yo desapareceré”.
—“¿Dónde está ese núcleo?”.
—“No está. Pero estuvo. Y estará”.
El Consejo, reacio a aceptar la realidad, se desmoronaba. Las líneas cronológicas se entrelazaban como serpientes confundidas. El pasado empezaba a tener bifurcaciones; el presente, vacíos; y el futuro, repeticiones. Nadie podía recordar exactamente qué había ocurrido hace una hora. Solo sabían que algo se acercaba.
Fue entonces cuando apareció Yurei.
Joven en apariencia, pero con una mirada cargada con milenios de vida y experiencia. Su nacimiento no fue natural. Era hijo de una estrella colapsada: nacido en el instante exacto en que una supernova dejó de ser muerte para transformarse en origen. Viajaba entre tiempos, pero no dejaba huella. Era un hermoso error de la física.
Yurei se presentó ante Alia y Korin en el último corredor estable del tiempo: el Pasadizo Helicoidal de Nenn.
—“No pueden enfrentarlo con poder. Deben atraparlo en una paradoja”.
—“¿Una paradoja?”.
—“Una historia que no pueda resolverse”.
Juntos, Alia, Korin, Drahn y Yurei emprendieron el viaje hacia el punto donde se originaba la disonancia temporal: un cráter de tiempo congelado, donde las edades se repetían sin cesar. Una ciudad flotaba sobre sí misma, reiniciándose en ciclos que duraban milisegundos y siglos a la vez.
Allí, en el corazón de la paradoja, encontraron la primera fisura.
Alia caminó por un mercado que ya no existía. Tocó las sombras de personas que aún no habían nacido. Korin sintió cómo el espacio a su alrededor comenzaba a fallar. Las constelaciones bailaban sin permiso. Los planetas retrocedían. Sus pasos ya no tenían dirección. Drahn comenzó a desaparecer. Cada vez que intentaba hablar, su voz se deslizaba hacia el pasado.
Yurei los sostuvo con una decisión.
—“Debemos encerrarlo en un momento sin disolución.
—“¿Cómo se hace eso?”
—Con memoria. Y con olvido.
Alia recordó su exilio, su traición al consejo. Recordó la línea futura que vio: una guerra de relojes, un colapso que no comenzaba ni terminaba. Korin pensó en su madre, que murió sin que él recordara su rostro. Drahn, justo antes de desvanecerse, dejó un patrón grabado en la roca que decía "Volveré si me recuerdan".
Yurei, sin llorar, comenzó a narrar:
—“Hubo una vez un universo que olvidó por qué existía. Para recordar, tuvo que perderse en sí mismo. Y cuando despertó, encontró a cuatro viajeros que no eran dioses, ni héroes. Solo... sus testigos”.
Con esa historia, encerraron al Eco del Cero en la paradoja.
Entonces volvieron.
Pero nada era igual.
La historia del olvido ya era parte del universo. El Consejo los aceptó. Los registros, aunque modificados, cambiados tras pasar por los fenómenos, tras sufrir, conservaban nombres que no conocían. Y una estatua de cuatro figuras sin rostro aparecía en cada ciudad.
Alia fundó un Archivo de Ecos. Korin cartografió las galaxias inexistentes. Yurei desapareció, como siempre. Pero se dice que aún camina en las sendas donde el tiempo olvida su forma. Y cada vez que una estrella muere en un suspiro que nadie puede explicar, Drahn sonríe… en la gravedad.
El tiempo y el espacio nunca se pudieron reconciliar. Siguen danzando. Chocando. Amándose. Odiándose.
Pero ahora, saben que hay testigos.
Y que la historia... nunca es del todo lineal.