El Carnicero
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Todas las mañana, tras hacer su estricto ritual de limpieza, el Dr. Kain se prepara un café negro y revisa sus últimas notas del día anterior. Una vez que ha bebido hasta la última gota de su elixir aromático, abandona su departamento ubicado en Av. Alemania, para descender por las callejuelas porteñas hasta la Morgue principal de la ciudad. Aunque vive con todas las comodidades posibles, pasa la mayor parte de su tiempo en la morgue, y luego de terminar su jornada, encerrarse en su laboratorio privado para proseguir con su investigación. Estás dependencias se ubicaban bajo el edificio tecnológico que pertenecía a un consorcio multinacional de inversionistas privados. Cuando no estaba en la morgue, estaba en su laboratorio. Su vida se había tornado trabajo y el trabajo se había tornado su vida.
Una vez que ingresa al hall principal del edificio de cristal, que es como le llama la gente del puerto a la edificación, se dirige al ascensor de servicio que se encuentra al final del pasillo, junto a la sala de seguridad. Dentro del ascensor, hay un panel de números dónde ingresa los códigos de seguridad, que sólo él conoce, mientras espera que paulatinamente aquella pequeña bóveda metálica descienda varios metros bajo tierra, hacia el nivel más profundo de las instalaciones, bajo una fuerte y moderna seguridad. Nadie sabe a lo que se dedica en ese laboratorio, sólo los directores de la corporación habían accedido a ese nivel, y siempre acompañados por el Dr. Kain.
En el laboratorio principal, se trabaja con las muestras de tejido neuronal que son extraídas de las personas que se encontraban en los tanques. Algunas de ellas permanecían concientes, mientras otras sólo eran una carcasa ya casi vacía. Los avances en clonación, permitían al equipo reproducir muestras de tejido neuronal, con el cual experimentar. Sin embargo, necesitaban trabajar con tejidos vivos y esos escaseaban. El Dr. Kain esperaba contar con muestras frescas lo antes posible, ya que sus investigaciones estaban llevándolo a los resultados esperados. El problema estaba en que no había sujetos disponibles con los cuales experimentar, aunque en varias oportunidades había soslayado esta dificultad comprando cadáveres frescos al personal de la morgue o a otros personajes del Hospital Carlos Van Buren, cadáveres que luego reanimaba y utilizaba para sus investigaciones. Sus compañeros de trabajo en la morgue, le habían apodado el Carnicero, pero en su laboratorio, era conocido como el Reanimador.