El legado de Abel

La Criatura

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El silencio de la noche era interrumpido por los gemidos entrecortados de la extraña figura gris que descansaba sobre un roido catre. Respiraba con agitación, con sus mandíbulas tensas presionándose una contra la otra.  Su cuerpo se estremecía en espasmos irregulares y sus párpados cerrados parecían moverse a gran velocidad.  De pronto, un grito ahogado desgarró el aire pestilente que se respiraba en los suburbios.  La extraña figura reaccionó violentamente, se irguió y abrió sus ojos. Una gota de sudor frío corría por su piel rojiza y escamosa. Se llevó sus manos deformes a su rostro y respiró profundamente.  Otra vez había tenido la misma pesadilla recurrente, en que veía un laboratorio donde habían algunos sujetos encapsulados en tubos contenedores. Algunas veces veía el laboratorio como si estuviese dentro de uno de los recipientes de vidrio y otras veces lo veía desde fuera.  En las visiones había un hombre de mediana edad, que vestía un extraño traje blanco, cómo aquel que utilizaron alguna vez los astronautas para ir al espacio. Se sentía irritado por la carencia de alguna visión más completa, ya que sólo venían a él flashes de imágenes que parecían no tener conexión entre ellas. Sin embargo, si de algo estaba seguro, era que debía haber alguna conexión. Al fin y al cabo, sentía en lo más recóndito de su ser que todo estaba relacionado con su pasado, el cual no lograba recordar.

Se puso de pie, encorvándose para no chocar contra el cielo de la estrecha habitación en la que se encontraba, la cual hasta el momento, le había servido de guarida mientras se movía por los pestilentes callejones del puerto.  Ahora se encontraba en un viejo edificio abandonado, que antaño fuera un gran supermercado del que sólo quedaba el esqueleto de acero y concreto tras la revuelta social, en la que se incendiaron varios edificios de la ciudad. Había llegado hasta ese lugar con gran dificultad, ya que debió burlar las patrullas de policía que rondan los alrededores buscando al responsable de las desapariciones de indigentes en Plaza Sotomayor. Él sabía que con su apariencia, no iban a dudar en culparlo del crimen.

Fue hacia la muralla que se encontraba a su izquierda, la que otrora fuera un ventanal de vitrina. En ella sólo quedaban trozos de vidrio irregulares, alojados en un marco de metal reforzado. Al ver su reflejo en los cristales, torció sus gruesos labios en un gesto de desagrado y golpeó el ventanal con su puño. Su piel endurecida no se hizo ningún daño con los pedazos que se incrustaron en sus largos dedos. Por entre los escombros, se distinguían a lo lejos, las siluetas de los conteiner del puerto, así como sus altas grúas. Aún no tenía un plan que le llevase dentro del perímetro portuario. Sólo sabía que debía ingresar a cualquier costo, estaba obsesionado con esa idea. De acuerdo a su último informante, el hombre que podría darle las respuestas que buscaba, se encontraba en aquel lugar.

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