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No es cierto que los sapos se conviertan en príncipes: o se nace sapo o se nace príncipe, y todos los demás nos conformamos con pertenecer al promedio inconsecuente.
Rolando Flores era un sapo y Virgilio Santos, un príncipe. A la tierna edad de seis años, Rolando descubrió esta realidad. Bastó ...
Estaba sentada en un café de Florencia contemplando la plaza cuando advertí la presencia de un joven a unas mesas de la mía. Pulsaba la pantalla de su teléfono con una mezcla de apatía e impaciencia. Quizás se había cansado de mirar imágenes de otra gente hermosa.
En el tiempo que ven&ia...