La Casa De York
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La casa de york pertenecía a la familia york, una de las familias más prominentes de la ciudad. El patriarca era un poderoso hombre de negocios dedicado al comercio del café, que lo importaba desde Colombia y Puerto Rico. Durante la Guerra Civil, en 1861, el café era un producto estándar en las raciones, tanto de la Unión como de la Confederación.
Pero los años de riquezas no durarían mucho, luego de perder a su primogénito durante la batalla Gettysburg, el patriarca no volvería a ser el mismo. Comenzó a decirle a su esposa que no se preocupara que su hijo volvería, que estaba preparando un trato que nadie podría rechazar. Cada vez que ella lo escuchaba lo miraba llena de tristeza. A tal grado llego su obsesión, que se encerró en su despacho y durante días se le podía escuchar negociando, a veces riendo y otras llorando.
Su esposa preocupada llamo al médico de la ciudad. Al entrar al despacho, el médico lo encontró sentado detrás de su escritorio de caoba, repitiendo:
_ Debemos cerrar el trato, debemos cerrar el trato.
Tenía un semblante pálido, ojeroso, había perdido peso y su mirada se encontraba extraviada, como mirando a alguien más en la habitación. El médico le recomendó que hiciera reposo y unas gotas de láudano para calmar la ansiedad. A pesar de las recomendaciones del médico, el patriarca seguía obsesionado con "cerrar el trato". Nadie sabía a qué se refería, y su estado de salud continuaba deteriorándose. Pronto lo tuvieron que poner en una habitación aislada.
El despacho fue cerrado, con el correr del tiempo comenzó a brotar un olor a azufre, que invadía toda la casa. Los sirvientes evitaban pasar cerca, el olor era nauseabundo y se escuchaban extraños sonidos, como si alguien o algo se encontrara en su interior.
La desgracia no dejaba a la familia, una de las hijas comenzó con una fiebre, dificultades para respirar y no paraba de toser, después vendrían periodos de fiebre seguidos por escalofríos intensos, hasta que la fatiga la obligaron a permanecer en cama. La mucama Amaia, una mulata de origen portorriqueño, comenzó a decir que la casa estaba maldita, que el señor había hecho un pacto con el diablo y que ahora venía a cobrar lo que era suyo.
Aquella noche como todas las anteriores, Amaia fue a la habitación de la joven para llevar un agua de hierbas para aminorar los síntomas de la enfermedad, al entrar vio las sabanas en el suelo y la joven no se encontraba. Corrió a llamar a la señora, que tampoco respondió. Confundida, se dirigió donde el mayordomo a decirle lo que pasaba.
William, el mayordomo de la casa, recorrió cada una de las habitaciones del segundo piso sin encontrar ni a la señora ni a ninguna de las dos jóvenes, extrañado se dirigió a la habitación donde se encontraba el patriarca. Subió las escaleras hacia tercer piso, por cada escalón que subía el olor a azufre se hacia más intenso, más nauseabundo y el ambiente se volvía más helado. Al llegar a la habitación del patrón la puerta estaba cerrada, llamó pero no hubo respuesta, una sensación extraña lo invadió. Sacó su juego de llaves del bolsillo. Con manos temblorosas, introdujo la llave en la cerradura y la giró, la puerta se abrió lentamente. La habitación se encontraba en penumbras, las gruesas cortinas bloqueaban la luz del exterior y una corriente de aire frío le erizó la piel.
A medida que sus ojos se ajustaban a la oscuridad, pudo ver a la joven que hasta hace un momento hervía en fiebre, parada con su camisa de dormir frente a la cama, mirando a su madre y hermana recostadas.
_ Señorita Valerie que hace. Le dijo el mayordomo William.
La joven se giro para mirarlo. El terror se apodero del mayordomo, la joven tenía un corte alrededor de su cuello, en el suelo había un cuchillo con sangre. William corrió a socorrerla tratando de evitar que se desangrara, pero la herida era demasiado profunda. Su padre estaba en la esquina de la habitación llorando y murmurando.
_ Ese no era el trato. Porque la obligaste, porque?
El mayordomo William recostó a la joven junto a los cuerpos pálidos de su hermana y su madre, que habían tenido el mismo destino.
Nadie sabe realmente que paso. Culparon al padre de los crímenes, que producto de la sífilis y la perdida de su hijo, había perdido la cordura. La mayoría de la gente pensaba que la casa estaba maldita. Nada se supo del destino del mayordomo William y la mucama Amaia.
Desde ese momento la casa quedó abandonada. Algunos dicen que si te acercas demasiado, podrás escuchar la voz del patriarca gritando desde el despacho.
_ NO!!! Ese no era el trato. No era el trato!!!